De
rodillas en el confesionario, un arrepentido admitió que era culpable de
avaricia, gula, lujuria, pereza, envidia, soberbia e ira:
Jamás me confesé. Yo
no quería que ustedes, los curas, gozaran más que yo con mis pecados, y por
avaricia me los guardé.
¿Gula? Desde la
primera vez que la vi, confieso, el canibalismo no me pareció tan mal.
¿Se llama lujuria eso
de entrar en alguien y perderse allí adentro y nunca más salir?
Esa mujer era lo
único en el mundo que no me daba pereza.
Yo sentía envidia.
Envidia de mí. Lo confieso.
Y confieso que
después cometí la soberbia de creer que ella era yo.
Y quise romper ese
espejo, loco de ira, cuando no me vi.
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